18.8.08

Asegura que me mato



Sentado junto al pequeño serbal de la base, espero a que Samu mueva la cámara a un lugar con menos contraste. El tiempo parece detenerse mientras una oleada de dudas va envenenando mis pensamientos. Bajo la cabeza en busca de concentración y, mientras me ajusto los gatos de reojo, observo como el calor del sol alcanza cada vez más la pared. Imagino mis dedos sudorosos en esas regletas ahora recalentadas por el astro rey, me imagino resbalando, volando hasta que en algún momento la suavidad de la cuerda detenga mi caída. Pienso en abandonar, en dejarlo para otro día, más aún teniendo en cuenta que en la única vía que he hecho hoy he acabado con los brazos algo cargados. Samu ya casi está listo y, para colmo, el magnesio líquido parece no querer adherirse a los dedos empapados en sudor, como si trataran de decirme algo. César aguarda abajo en silencio, preguntándose quizá cómo se ha dejado engañar por alguien que no usa casco, para terminar asegurándole en una vía para la que lo ha traído expresamente. Sin conocimientos previos de donde tiene que estar más o menos atento, nervioso por la espera, lo único que le he dicho es que hasta la chapa será mejor que no me caiga...

Un grito de Samu rompe la espera. Respiro hondo, tratando de disminuir el ritmo de los latidos, mientras repaso mentalmente los pasos grabados en los tres pegues anteriores bajo el manto protector de una cuerda siempre tirada por arriba. Inspiro profundamente y me encamino a la travesía inicial sabienso que los errores ya no están permitidos. Antes de darme cuenta estoy al otro lado, sin los problemas de los intentos previos, y me apresuro a colocar un Alien en una pequeña y frágil laja. Sin tiempo para saborear esta pequeña victoria corro a meter el siguiente seguro, un Camalot amarillo en otra laja de deliciosa acústica. Tomo algo de aire y continuo hasta una pandereta precaria donde el enorme Wild Country de César parece no querer acomodarse. Primera travesía a izquierdas por roca quebradiza y me alivio al meter un nuevo Alien, el primer seguro emplazado en roca más o menos fiable. Respiro antes de ayudarme de un dudoso hombro de derechas en busca de la primera chapa. De puntillas tiro del invertido y consigo poner la cinta con doble mosquetón que primorosamente había preparado antes, paso la cuerda y cierro las roscas. Tomo aire, lo peor ya ha pasado. Me siento liberado, reconfortado a salvo de las garras del frío suelo.

Segunda travesía a izquierdas. Empotro las manos e intento relajarme, buscando algo de pausa en una respiración temblorosa que ha convertido mi boca en una pasta seca y desagradable. Por contra, me sorprende la ligereza de los brazos, como si una fuerza interior les suministrase la fuerza necesaria para mantener mi cabeza libre de preocupaciones, centrada únicamente en lo indispensable. Sólo alcanzo a escuchar al corazón bombeando sangre atropelladamente, afuera reina el silencio. Concentración absoluta. Absorto dibujo los movimientos que tengo por delante. Seco las manos una última vez en el magnesio y me levanto al pequeño cerrojo de dedos, me tomo todo el tiempo del mundo hasta hacerlo bueno, una regleta de mano izquierda, invierto la derecha y muevo los pies en busca de la rebaba salvadora del pie derecho. Al instante, la rebaba se aleja fuera de mi alcance, dando la sensación de estar más alta que nunca. Aprieto los dientes, con esfuerzo clavo el pie en su sitio, un hombro bueno de izquierdas y me estiro a por el generoso agarre de mano derecha. Salvado. Cogido de la balsámica laja de izquierdas, a pocos pasos de la segunda chapa, trato de recuperarme de esta vorágina de hiperventilación cardiaca. La sequedad se apodera ya sin remisión de mi boca, daría lo que fuera por un buen trago de agua. Procuro no mirar los metros que me separan del seguro anterior, podría haber optado por parar y meter algo después del cerrojo en vez de exponerme a un largo vuelo. Pero no me arrepiento, la idea de tener la cuerda cruzando en travesía por debajo de los pies me daba más pavor que un vuelo algo más largo y pendular, pero más limpio al fin y al cabo.

Con la cuerda ya deslizándose por la siguiente chapa me enfrento al último obstáculo serio que me separa de la cima. Un búlder de regletas laterales a las que llego más estirado que de costumbre. Unos pasos más y se habrá acabado. Sólo queda navegar por un mar de granito durante una decena de metros más. De repente estoy asomando la cabeza en la repisa cimera. Grito. Dejo salir todo lo que llevo dentro, los miedos, las dudas, la tensión acumulada... Y dejo paso a la paz, a la alegría, al disfrute del momento, a la comunión con este mágico rincón llamado Pedriza que una y otra vez me acoge en su seno haciéndome sentir un privilegiado... Abajo también se ha roto el silencio, César y Samu por fin pueden librarse también de la tensión. La felicidad invade cada poro de mi piel en forma de doble alegría, por haber resuelto el puzzle de esta bella y delicada línea y, en especial, por vencer mis miedos, por concederme la oportunidad de intentarlo y haber sabido aprovecharla. Hora de bajar y compartir tanta felicidad que necesita ser compartida. Hora de bajar y beber a grandes tragos del río de la vida.


César y Samu, gracias por esa infinita paciencia, por confiar en mí, por los callados ánimos, por el silencio... César, si otra vez me ves con el casco piénsate lo peor...